Saliendo desde Lienza, el viaje hacia El Paso se compone de tres trayectos principales. EL primero consiste en un "agradable" viaje en barco. El mar Cálcico es bravo y traicionero, llovió un día y otro y otro...pero nos sentimos agradecidos ya que no avistamos ningún navío pirata en los nueve días de navegación. Así llegamos mojados y revueltos a la Bahía de los Elefantes, ya he hablado anteriormente de este caluroso lugar.
Después de tres merecidos días de descanso, partimos en singular caravana de camellos, elefantes del desierto, mulas y algunos podencos. Tuvimos suerte de poder viajar en litera pero el calor en el desierto era tan abrasador que pronto empezamos a echar de menos el mar bravío. El paisaje resulta fascinante el primer día. Las luces y las sombras en las rosadas dunas, el sonido suave y solitario de la brisa y el aroma cálido y fragante del Soulé alcanzan su punto álgido al atardecer. El segundo día el paisaje se vuelve monótono y los enjambres de moscas y mosquitos no te dejan ni dormir. Siete días así hasta Centenera y luego dieciséis días más hasta El Paso.
Cuando empiezan a aparecer las primeras formaciones rocosas hay que cambiarse a las mulas y abandonar las cómodas literas. El cañón que forma El Paso se hace día a día más estrecho y vertiginoso hasta que se llega a la Posada de el Cojo donde la estrechez es tal que hay que descargar a las mulas para poder pasar. ¿Qué puedo decir de la posada? Como todo en este viaje viene impuesta ya que es el único hospedaje posible. Las habitaciones son compartidas y el servicio... rústico, pero se pueden encontrar viajeros experimentados que siempre traen consigo una buena historia que contar, eso siempre que las peleas entre los mercaderes y los mercenarios les dejen terminar...
Pero en cualquier caso, a El Paso no se viene a disfrutar de las comodidades de un resort, sino a perderse en sus increíbles paisajes y a emborracharse del espíritu aventurero de sus gentes.